jueves, 22 de mayo de 2008

La máscara encarnizada


El tema de hoy es ni más ni menos que el ritual machista por excelencia: el asado. No sería exagerado si dijera que en este evento social se conglomeran gran parte de los preceptos misóginos que rigen en nuestra sociedad. Es sabido que para que haya discriminación tienen que existir un poder y ese poder consiste en “saber hacer el asado” monopolio exclusivo de los hombres. El centro del poder es la parrilla por eso los individuos que se apostan en su cercanía son los más poderosos (con el parrillero o macho Alfa como eje) y a medida que nos alejamos de ese centro aparece la periferia como zona de exclusión. Es ahí dónde son recluidas las mujeres que sólo forman parte del asado por ser parejas de los hombres asistentes, resignando su individualidad y siendo condenadas a tareas mínimas siempre lejos del centro de poder.
En los últimos años sociólogos, antropólogos y filósofos de distintas partes del mundo han menospreciado a este evento y lo han desechado como objeto de estudio. El antropólogo alemán Jurgüen Klinsmann le manifestó a la revista especializada “Hinkendiente” que “es un ritual digno de una sociedad tan atrasada como la argentina, una muestra de salvajismo y barbarie que me retrocedió a los tiempos del canibalismo. Eso sí, sólo ellos saben cómo cocinar los chinchulines”.
Quizás sea ahora de abrir los ojos y analizar los saberes que se ponen en juego en dicho evento para desenmascarar las relaciones de poder que se esconden bajo la forma de una comida típica. Desde acá recoge el guante Tute “la magia hecha defensor” quien tuvo un gesto de grandeza al colaborar con este humilde espacio para empezar a dar luz sobre esta cuestión. Le damos la palabra.


El asado fue y será mucho más que una excusa utilizada por hombres para realizar una buena comida y charlar de temas que competan a tan ansiado momento, por lo general mujeres, fútbol, política y religión, son los temas elegidos, aunque en el manual de las reuniones las últimas dos están prohibidas.
El macho argentino que se precie de tal debe saber hacer un asado, lo cual implica no menos de 283.342 formas conocidas de prender el fuego y el manejo del mismo con el riesgo que esto conlleva. Los utensilios utilizados son como armas que el asador macho argentino esgrime contra el fuego para domarlo y amainarlo así lograr que este se comporte como él quiere. A esto se le suman secretos de asador tales como dónde, cuándo y cómo salar la carne, la distribución de ingeniería de la carne en la parrilla más el estilo arquitectónico del armado del carbonaje para que distribuya la energía de su calor en forma pareja a todo lo puesto encima de la reja. Y algo fundamental, un cálculo tremendo que asocia ese calor con la densidad de la carne, la magnitud de la grasa y por supuesto la altura de la parrilla. Tema fundamental en la construcción de tan complejo tema, sobre todo a la hora de recordar los diversos puntos de cocción para cada integrante de su mesa como puede ser a punto, cocido, jugoso, cocido pero no seco, jugoso pero no crudo, etc.
Para llevar a cabo tan tremenda tarea se utilizan varios implementos siendo indispensables….sólo dos: el cuchillo del asador, único, irrepetible y amigo incondicional del parrillero; y el repasador, siempre viejo, sucio, pero amigo de batallas. Ese repasador el cual las mujeres quieren reemplazar por un insulso rollo de papel ¡dónde se ha visto!! atentando de esta manera los patrones del asador, éste asador que no deja que nadie ni siquiera opine de cómo esta distribuida la carne, si le falta o no, si sube o no la parrilla. El asador verdadero es celoso de su parrilla, va al baño en un santiamén, porque no dice “mírame el asado”, ¡no hombre!!! ¡por dios!…..es SU asado.
Todo esto se realiza para agasajar invitados con un suculento vacío, tira de asado, chinchus, matrimonio compuesto por el chori y la morci, etc. Luego queda recibir un aplauso bajo la (para mí) asquerosa frase de “un aplauso para el asador”, así gente que únicamente recibió aplausos de muy niño cuando se extravió en Mar del Plata y era paseado junto a una multitud que lo acompañaba , en un asado logra este ansiado tributo.
Pasado el momento de la degustación de la carne asada, sobreviene el momento que invita a dejar todo sucio y seguir charlando, quién dice, un poco entonados gracias a un buen tinto que se sirva en la mesa, y si surge, sólo si surge, un truco entre varios de los comensales.
Ahora bien, teniendo en cuenta la culpa que éstas reuniones generan en los hombres casados y/o de novios, la reglamentación vigente en base a un estudio de Reynolds y Asoc. estipula que por cada tres asados de hombres solos, uno debe ser con compañía femenina. Pero las mujeres difieren en conceptos básicos, como por ejemplo la bebida. En todo asado, hay vino TINTO, Coca y agua y/o soda, en cambio cuando seres femeninos son invitados deben incluirse bebidas como COCA LIGHT, algo que nadie, toma salvo ellas y el ya conocido VINO BLANCO, que desestimando recomendaciones y hasta a su propio paladar, eligen beber un Chardonnay y son contadas con los dedos de la mano de Pumpido las que ingieren un tintazo, sintiéndose agraciados los maridos/novios que poseen una fémina de esas características.
Es bien conocido que para que la mujeres se sientan parte de tan grato evento se les asigna una función que puedan hacer todas a la vez, es decir, la famosa ensalada. Se necesitan al menos cinco mujeres: una lava la lechuga, la otra la corta, la otra lava los tomates, la otra los corta, otra que organiza las fuentes y una más, no incluida en el “selecto grupo” que siempre es dejada de lado por ser la “otra”, la “nueva”, la que “no bancamos” que es la que pone la mesa, tarea difícil, solitaria, que le toca a la más nuevita o más discriminada del grupo.
Ahora, volviendo a la ensalada, a quién se le habrá ocurrido asignarle ese rol, el de la preparación de una insulsa ensalada, la cual nadie la come, siempre sobra, siempre se tira, ¡por favor!! Es hora de vencer ese paradigma y asignarle a la mujer una función real, si quieren formar parte, papas fritas señores, pa-pas-fri-tas. A la provenzal, españolas, pero por favor ¡basta de ensaladas! sino que vayan y no hagan nada, pero NO a la ensalada.
Cuánto mejor sería el rol de la mujer en los asados si hicieran papas fritas, si estarían muñidas de un mazo de cartas para jugar, si enchufaran una Play en la tele y disfrutaran de cómo la gente se divierte. Quiero resaltar el tema de las papas fritas como algo importante en el nacimiento de un asado…. Pero debo caer en la muletilla de que los asados concebidos como tales no fueron diseñados para mujeres aunque la inclusión de esta se haga importante a la hora de la limpieza. El momento del asado, debe ser, y será por siempre propiedad de los hombres, el día que hagamos pastas……las invitamos…

Tute… “la magia hecha defensor”

lunes, 12 de mayo de 2008

Un tipo de fierro

Siempre le había costado relacionarse con el sexo opuesto. Y no porque fuera de esos tipos patológicamente tímidos que se paralizan cuando otra persona se les aproxima aunque más no sea para pedirle la hora. No. El Flaco era una persona desenvuelta. De esos que van a una reunión en la que no conocen a nadie y no tardan en socializar, en mezclarse con la gente, en participar de las conversaciones aunque más no sea con algún comentario trivial, pasajero pero oportuno. Porque El Flaco tampoco era de esos que llegan a un lugar y se adueñan de la atención de todos los presentes. Creo que ese era su mayor mérito. Un tipo divertido pero no agobiante, de esos que buscan constantemente la aprobación del otro. Una persona segura de sí misma más bien. Un observador milimétrico que siempre tenía a mano el comentario justo, una salida ocurrente o el silencio cuando la situación así lo requería. Porque ésa era una de sus máximas virtudes. Saber callarse. No sólo escoger el momento adecuado para hacerlo sino su duración. Porque entre un silencio comprensivo y otro incómodo a veces existen milésimas de segundo de diferencia.
Además con el Flaco se podía hablar de todo. Era un tipo informado, muy leído como decía mi abuela. Tenía una opinión formada acerca de todos los tópicos imaginables tantos los trascendentales como los cotidianos. Sabía de política, de cine y de literatura como de fútbol o cuál era la última pareja de la farándula que se había formado. Y manejaba una cantidad indecente de datos. Fer siempre insistía con que se anotara en uno de esos concursos de preguntas y respuestas estilo “Odol pregunta” que hoy en día están muy de moda. Pero imagínense lo que sería el Flaco ante una cámara sabiendo la cantidad de gente que mira esos programas. Un miedo escénico inmanejable.
Con nosotros no era así, se soltaba. Nunca monopolizaba la palabra en una reunión como podían hacerlo Nico o Javi pero siempre sus acotaciones era bien recibidas. Es más, me animaría a decir que era uno de los tipos más escuchados del grupo. Pero todos esos atributos se evaporaban cuando se enfrentaba cara a cara con una mujer. Se desplomaba, se atontaba, se encerraba en sí mismo y no era capaz de hilvanar una conversación digna por más de cinco minutos. No digo interesante, no me refiero a un diálogo que le rompiera la cabeza a su interlocutora y la enamorara al instante. No, no podía siquiera hablar de las cosas circunstanciales más básicas, de las pavadas que uno habla cuando no conoce en profundidad a la otra persona. El Flaco se aturdía, quedaba inmovilizado, sin reacción. Completamente anulado. Una lástima porque si bien el Flaco no era un tipo fachero era físicamente bien catalogado por el sexo opuesto. Cuando íbamos a alguna fiesta o conocíamos un grupo de mujeres nunca faltaba por la que se interesaba por él. Medía más de un metro ochenta, morocho, ojos verdes, fibroso, correcto y atildado. No tenía la facha de Nico pero nos aventajaba a muchos en ese ítem. Nunca lo ibas a ver con barba de una semana, despeinado o con la ropa arrugada. Pero claro, las minas lo veían interactuar y perdían todo tipo de interés. Siempre callado con esa cara de “qué mal la estoy pasando” o “estoy esperando el momento para irme”. Nosotros sabíamos cómo era, pero para alguien que no lo conocía sus actitudes o posturas era repelentes. Porque Seba, por ejemplo, era un tipo tímido pero en el boliche se encaraba hasta a las que laburaban en el guardarropa, era un tiroteador empedernido, hasta que no agarraba algo no paraba.
Aunque el Flaco minimizaba su problema, el tema era una preocupación en el grupo y en cada reunión en la que el Flaco no estaba solíamos plantearlo. El Loco lo había hablado más de una vez con él pero si bien era plenamente consciente de la situación, el Flaco solía evadirlo o corría el eje de la discusión con facilidad. Porque hasta para eso era hábil el Flaco. Te manejaba los hilos de la conversación y te llevaba para el lado que más le convenía. Eso sí, era un tipo que evitaba los roces o las discusiones pero cuando participaba en una era un sólido argumentador y te hablaba en un tono que más allá de lo que te dijera te hacía creer que era la persona que más sabía de ese tema en el mundo. De ahí el desconcierto que la situación nos generaba. Fer, como todo adicto a la terapia, insistía en sacarle una cita con un psicólogo porque estaba convencido que el problema del Flaco se debía a que en su niñez había experimentado alguna experiencia traumática. Quizás había hecho el ridículo delante de sus compañeritas de jardín o en los primeros años de la primaria e inconscientemente ese recuerdo le provocaba la trabazón pero que con trabajarlo en las sesiones se podía superar. Lo cierto era que el Flaco desconfiaba de los psicólogos y perdonen si soy insistente, pero en los demás aspectos de su vida era una persona muy segura y decidida.
De ahí nuestro desconcierto. Cómo podía ser que un tipo sensato, medido y con facilidad de palabra podía convertirse en ese concierto de desatinos que era el Flaco a la hora de chamuyarse una mina. Nunca le habíamos conocido novia alguna aunque el nos contaba de sus flirteos con alguna compañera del laburo. Porque al Flaco le iba bárbaro como vendedor, hacía tres años que había ingresado en una empresa de cosméticos y en ese lapso ya había conseguido cuatro ascensos. Gustavo, que trabajaba con él y a veces salía con nosotros, lo tenía ahí arriba al Flaco. Decía que no había mujer que pudiera neutralizar las habilidades de vendedor del Flaco. Porque ahora es el contacto de la empresa con las grandes cadenas de supermercado y vende al por mayor pero durante los primeros meses recorrió todas las perfumerías de barrio. Un día, entre copas, el Flaco nos confesó haberle vendido un producto para el fortalecimiento capilar a una señora que había quedado calva definitivamente después de una operación y usaba peluca. Según Gustavo, el Flaco le Había pintado tan bien el producto a la mujer que no encontró excusas para decirle que no y le compró dos pomos. Por eso no nos entraba en la cabeza su trabazón. Su desenvoltura con el sexo opuesto se evaporaba cuando empezaba a notar chances ciertas de que algo pasara, de tener algún tipo de intimidad. Nos daba impotencia no poder ayudarlo porque el Flaco era un tipo de fierro, esos que siempre están en primera fila cuando necesitás algo y si bien en varios aspectos de su vida el Flaco era exitoso, ésa falta de tacto con el sexo opuesto hacía su vida incompleta.
Por eso debo admitir el shock que me provocó la carta de Nati. Me decía que habían sido los mejores cuatro años de su vida pero que ya no me amaba. Que era su obligación moral decírmelo y alejarse antes que cometiéramos el error de casarnos. Que nos merecíamos ser felices. Que en los últimos tiempos se había empezado a sentir algo asfixiada, que le faltaba contención, alguien que la comprendiera y aseguraba haberme dado señales que no supe interpretar. También revelaba haber conocido a alguien que le había despertado cosas en su interior que ni siquiera había sospechado tener, que la escuchaba y que la hacía sentir una mujer plena. Que no era nada en mi contra y no me guardaba ningún rencor pero que su intuición le dictaba vivir esa historia de amor. La verdad que nunca había sospechado de ella. Es probable que a veces la notara algo lejana, tal vez taciturna pero nos conocíamos tanto que hasta sabíamos interpretar los silencios del otro. A los pocos días de haber leído la carta y al ver que mi estado de ánimo se arrastraba por el piso mi hermana se acercó a hablarme. Además de mi hermana menor, Julia era mi amiga y confidente y cuando alguno estaba bajoneado por algún asunto del corazón solíamos prestarnos los oídos. Fue entonces cuando entró a mi habitación y me contó todo. Me dijo que ella sabía que Nati me iba a dejar por el Flaco. Que alrededor de dos semanas atrás la había escuchado hablando a escondidas desde el celular. Que decía frases como “es el momento”, “tenemos que ser fuertes” y “es mejor así”. Después me relató cómo sin que se diera cuenta le revisó el registro de llamadas del teléfono y ahí reconoció el número del Flaco. Me quedé duro, sin reacción. Nunca me hubiese esperado tamaña traición.
Tenía una mezcla de angustia con bronca, de tristeza con indignación. Entre sollozos me dijo sentirse culpable, que la perdonara, que no había sabido manejar la situación y que lo único que quería era verme bien. Pocas veces la noté tan acongojada a mi hermana como esa noche. Le dije que se tranquilizara, que quizás Nati se arrepentía y volvía pidiéndome perdón, buscaba autoconvencerme que el Flaco no había sido partícipe de tal artero plan pero lo cierto es que las pruebas eran contundentes. Desconcertado, sólo atiné a calmar a mi hermana que a esa altura era sólo llanto y desconsuelo. Cuando logré apaciguarla siguió con las revelaciones. Me dijo que no estaba así por mí sino por ella. Y ahí me recibí otro mazazo directo al mentón. Me confesó que venía manteniendo un romance oculto con el Flaco desde hacía siete meses, que lo amaba, que sentía que era el hombre de su vida, que se habían prometido amor eterno y que estaban próximos a blanquear la situación. Que de movida no me lo habían dicho porque pensaban que me iba enojar, que nunca iba a aprobar esa relación, que los dos me consideraban una persona importante en sus vidas y como no querían perderme estaban esperando el momento correcto para enfrentarme.
Fue un golpe duro, me costó salir. Hoy lo recuerdo y siento cimbronazos. A la distancia pienso que fue lo mejor. Nati no era la persona que necesitaba y a pesar de que estuvimos a meses de casarnos nunca pude imaginármela como la madre de mis hijos. Siempre me preguntaba cómo sería pasar el resto de mi vida con ella. De qué hablaríamos los domingos a la mañana, cómo envejeceríamos o cómo sería el sexo después de veinte años de casado. Es más, ahora que lo pienso ella era la mujer perfecta para el Flaco. Una tipa tímida, por demás seria, inteligente pero poco carismática y con un nivel de frialdad necesario como para decirte con la misma gestualidad “habría que comprar más perchas” o “sos el hombre de mi vida”. A los dos años supimos que se habían casado en España y estaban esperando un hijo. Ella estaba trabajando en el restaurant de unos amigos y a él lo habían ubicado en la casa central de la empresa para la que trabajaba. Los muchachos volvieron a ver al Flaco cuando pasó lo del padre. Vino sólo, estuvo unos días y se fue sin hablar del tema. El Loco, con mucho tino, decidió que no era el momento de hablarlo.
Dicen que el tiempo acomoda las cosas. El distanciamiento que provoca el paso de los años nos da un mejor panorama para analizar lo que pasó. Y la verdad es que librado de los impulsos pasionales, con la ira masticada y la mirada libre de distorsiones tengo que admitir que me alegró lo del Flaco. Siempre quise lo mejor para él y si para conseguirlo necesitó hacer las cosas que hizo… allá él. Su conciencia tiene la palabra. Por mi parte, luego de años de batalla, pude dejar atrás los antidepresivos y desde hace once años y tres meses dejé de evadir mi realidad con sustancias prohibidas. Me siento un hombre limpio y pleno. Los años de terapia y los distintos grupos de autoayuda que frecuenté me enseñaron a hacer a un lado al rencor y mirar hacia adelante. Y creo que lo superé, pude sobrepasar ese dolor y hoy en día puedo decir con orgullo la alegría que me provoca que dos personas que fueron parte importante de mi vida hayan encontrado la felicidad. Sin embargo, siempre habrá una imagen que dará vueltas en mi cabeza, que no hay diván ni libro de Bucay que me la haya borrado y me atormentará hasta el final de mis días. Nunca me olvidaré de aquella tarde en la que había quedado con el Flaco que me pasara a buscar por casa antes de ir al cumpleaños de Toti. No me acuerdo porqué motivo me demoré en la Facultad y cuando entré vi al Flaco hablando con mi mamá en el sillón del living. En su momento no le di importancia después de todo con el Flaco nos conocíamos desde jardín y con los años había adquirido un cierto nivel de confianza con toda mi familia. Pero es verdad eso que dicen que el tiempo nos permite mirar con más claridad el pasado. Tan cierto como que ese fue el único día en mi vida que vi al Flaco con la camisa algo arrugada y ligeramente por fuera del pantalón.

by Aleeeeeti