miércoles, 9 de abril de 2008

La verdad oculta de la Milanesa Napolitana

Siempre me llamó la atención que una comida tan sencilla, cotidiana y típica se llamara Milanesa Napolitana. La duda que me perseguía era saber de qué manera ese plato tan nuestro conjugaría el poderoso y próspero norte italiano (Milán) con la pobre y siempre castigada Nápoles. De un lado el glamour de los diseñadores más prestigiosos y del otro La Camorra. Los espectaculares monumentos con las galerías de arte y las construcciones precarias. La arquitectura de vanguardia con los grandes centros comerciales y los pueblos humildes perdidos entre las montañas. El Milán de Berlusconi y el Nápoli de Lavezzi.
Desechada la hipótesis de que algo pueda tener como origen dos ciudades tan dispares, lo primero que pensé fue que la denominación era producto de nuestra grandilocuencia, la pretensión de darle más entidad a las cosas llamándolas de otra manera. Porque los argentinos somos demasiado grosos para que uno plato estandarte de nuestra cocina se llamara Milanesa (parece que en realidad es vienesa) con queso y tomate nomás (la posssta es sin jamón papá). Había que jerarquizarlo, darle espectacularidad, disfrazarlo tras alguna terminología rebuscada que nada tenga que ver con “la cosa”. Después de todo siempre fuimos una sociedad adicta a esos vocablos marketineros (ver publicidad de Schneider). ¿Será parte de nuestra idiosincracia que, forjada a base de complejos de inferioridad, nos hace grandilocuentes o realmente seremos los más lindos, lo más vivos y los más guapos?
Tras noches de insomnio y luego de varias terapias psicológicas fallidas decidí googlear (que me perdone la Real Academia Española) el término para ver de dónde provenía y encontré lo siguiente: “…la milanesa a la napolitana se trata de una milanesa con tomate y queso por encima y luego gratinada en el horno y la verdad es que este preparado nada tiene que ver ni con Milán ni con Nápoles de Italia”. Hasta ahí todo bien pero faltaba lo mejor, saber el origen del nombre. La explicación continuaba. “Víctor Ego Ducrot (periodista) en su investigación para las primeras jornadas de patrimonio gastronómico argentino (“La cocina como patrimonio (in) tangible”) dice: “se llama napolitana porque la hizo por primera vez un cocinero tucumano, en un restaurante que se llamaba Nápoli, que quedaba frente al Luna Park”. Fueron tres líneas pero me dispararon varias cuestiones que me hicieron repensar mi existencia y darme cuenta que lo inquietante de tan sabroso plato (¿existe persona en el mundo que se haya negado a una buena milanga?) no era su denominación que no era más que una máscara, como alguien diría, “un velo de ignorancia” de otras cuestiones muchos más profundas.
No es casualidad que le hayan adjudicado el nombre del restaurante. Si fue creación de un cocinero tucumano debería llevar su nombre o en el peor de los casos llamarse “Milanesa a la tucumana”. Pero no. Le pusieron el nombre del restaurante en el que nuestro ignoto héroe seguramente era explotado y la plata que le pagaban sólo le alcanzaba para pagar un magro cuarto en una pensión o coventillo de La Boca. Quizás ser tucumano y cocinero no eran méritos suficientes para los círculos de la elite letrada de la clase dominante encargados de escribir la historia. Una muestra más de la opresión a las clases trabajadoras. La extracción de la plusvalía en su cara más cruel. No les alcanzó con apropiarse de su fuerza de trabajo, de su tiempo, de sus energías, de sus creaciones sino que también le robaron el derecho a quedar inmortalizado y pasar a la posteridad dándole nombre a uno de los platos más característicos del país.
Ya están notificados. Imposible mirar para el costado. De aquí en adelante cuando encaren una suculenta Milanesa Napolitana sabrán que no es más que otro instrumento de la ideología dominante para ocultar la explotación de las masas. Y ahí será decisión de ustedes. Quizás decidan entregarse a los placeres carnales y validar este plato eligiéndolo una y otra vez en el menú. Por mí parte prefiero no ser cómplice de esta apropiación, de la prepotencia de los poderosos que condenó al olvido a aquél humilde trabajador, de esta sociedad que desecha las tradiciones y valores en nombre del progreso. Prefiero pedirme una Suprema de pollo Napolitana que es mucho más rica y me libera de esta pesada decisión.